DAVID
Enamorado del grandioso de Miguel Ángel Buonarroti, perfecto al ojo humano, impecable ante los cánones de la belleza eterna, universal, real… Heredero del Apolo Sauróctono, de la gracia sabia de la curva praxitélica, creando las líneas maestras. Ganó y tumbó a Goliath. Él, el dios de Carrara encontraba lo que sobraba a la pieza para sacar lo que estaba por parir, crear, eternizar.
Estaba en Roma, el David me llamó, hacía meses que no iba a verle y nos echábamos de menos. Había estado en la Escalera Laurenciana, recogido el aliento del Moisés, el beso de la Sibila. Razones de amor de Carmen Burgos, la que me hizo entender que había trabajado en el taller del Maestro. Sabía y recordaba de la existencia de una Pieta que no estaba en nuestros libros. Era algo parecido a un descendimiento, no tenía claro si era José de Arimatea en el Gólgota recogiendo la Sangre Real… Ella que lo sabía todo, me dijo que era la Pieta Rondanini. El Maestro trabajaba una semana antes de su muerte en ella, y el rostro del descendedor era el suyo, ¿por qué se fue? ¿de dónde venía?