Gusto

El Gusto es una convención, el mal gusto una realidad

Y SE MEÓ

Y SE MEÓ

Tengo 54 años de viejo. He vivido experiencias de todo tipo, desde que nací recuerdo todo lo que me ha pasado, con nombre y dos apellidos. Estando casado he tenido novias, amantes, amigas, amigos… Estando soltero he tenido novias, más novias, suegras y pesadillas…

Llegó desde Mendoza, y aunque quería aparentar ser descendiente de gallego, la pelotudez supuraba por todos sus poros. Sólo sabía lo que era un ‘pucho’ (cigarro a este lado del charco), y conocía un tipo de agüilla que sirve para preparar mate y yerbas de sus muertos. Hubo un mes de amor por skype descontrolado, hasta la propia ‘Frutiyyya’, nombre con el que conocemos a la ex suegra meona, se ponía ciega de todo, nada que no fuese un trozo de carne podrida o una pizza con restos de mofeta atropellada en carretera cercana, pero ciega. Se llevó casi dos mil dólares para un mes, y me compró un cuchillo para afilarme los implantes… ¡De coña!

Después del fragor de skype llegó en un vuelo desde Santiago de Chile, la Frutiyyya miraba en la T-4 como si hubiese llegado a Orión. La Niña, una princesa encerrada entre dos anormales y una familia desestructurada, en la que el gato (cat en inglés de Cuiva) se comía los mocos que el padre le ofrecía después de degustar unas lonchas farloperas arancetanas. El papá llamaba (a la madre) desde los tugurios de México DF y la ofrecía por teléfono, esto es ser una mujer maltratada, no tratada mal… Pero da igual, la sociedad se traga todo, hasta que llega el deceso, el minuto de silencio y el escarnio.

Frutiyyya llegó a Madrid como una reina mora, no le faltaba de nada, había arrasado los chinos de la costa, y podría fardar en las favelas de lo mucho que había conseguido su niña.

Eso: ¡tetas nuevas, vida nueva! Esa vena, ese tumor detrás del pecho y delante del implante… ¡Da igual, eso se baja! ¿Estará Viva? Su cuerpo era mi cárcel y yo su prisionero… A Chirly le parecieron una pareja de chabacanas, lo eran, lo son, lo serán… Pero su sonrisa, como la de un caballo después de mil horas de cabalgar, me llenaban de vida y felicidad. Un día ante un médico absorto la Frutiyyya espetó: ‘No sigas que me meo’. La verdad es que no había nada que seguir, era un acto de reafirmación, lo hacía en casa de todos sus yernos. Y la muy cerda se espatarró, se meó encima del sofá de cuero impoluto y dejó sus bragas, que eran como el paracaídas de un tanque en la ropa sucia, con pis… ¡que asco!, que poca vergüenza, que falta de decoro, de educación, de lo más mínimo. Pues sí, la Frutiyyya se MEÓ.