Gusto

El Gusto es una convención, el mal gusto una realidad

LE SALVÉ DE LA CÁRCEL

Negro como la noche. Sólo se veían sus ojos llorar. A lo lejos, en silencio para no molestar. Llevaba 48 horas en el calabozo y en breve le iban a llamar. El guardia le había facilitado una manta. Negro y en un calabozo, había dos: o ladrón o puto. De familia adinerada a base de agachar la cerviz contra el polvo de la seca tierra. Sus padres le pagaban un caro colegio en Inglaterra, él no iba y el vuelo lo utilizaba para ir con ella. Una mujer que triplicaba su edad y que tenía un negocio de estafas y narcotráfico que daba miedo. Él, el blanco de sus ojos, desvelaba que no sabía nada. Lo sabía todo, pero había logrado controlarlo.

Hasta mi llegó por la mala suerte de una mujer que vio volar sus trastos por la ventana de Larrañaga. Nunca le olvidaré, me metió en un lío del que no he logrado recuperarme ni 20 años después. Con mucho tacto me tuve que enfrentar a los que le habían protegido siempre y ayudado a ser lo que terminó siendo: un pobre hombre atrapado por sus mentiras y su pasado. Alguien me contó que acabó sus días en un barco, en una fiesta… ¡Pobre!

Hacía unos años que había recibido la llamada de un niño, que lo era, y me dijo: ‘Mon pere je suis medecin’. Y su hermana se hizo maestra en Casablanca. Hay cosas que nunca tendrán precio. Para ellos, para los conjuntados de salmón sí, todo tiene apariencia y precio, que no valor.