MI LORO, OTRO AMOR
Hace seis años que Pablo, el de la Pajarería de la calle Francisco Silvela de Madrid me vendió un loro africano. En la tienda tiene de casi todo, y con plumas un montón. Miré a Chula a los ojos, metí la mano en su jaula con cuidado, es un papillero, y le pedí que me concediese un baile. Chula que tiene una uña torcida, se clavó encima de mi mano y agacho la cerviz. La acaricié, y sentí como un gran grupo de escamas duras
, y al final el pescuezo, del que la agarré para ver su reacción… jajajaja… me picó, de verdad con ganas, fuerzas y sangre. Pensé que no podía tener semejante ser cerca de mí, y le dije a Pablo que me la llevaba (la contradicción es uno de los bienes más preciados). Compré una jaula maravillosa con todo tipo de juegos y me marché a casa. Al tiempo un vecino alemán vino a casa muy azarado diciendo que había encontrado a Chula en su casa. Era otro loro, y lo conseguimos bajar del árbol y hoy vive con Krystian Suplici en Polonia. Se llama Manchitas y es de tres colores, con la Chula no iba a congeniar y fue mejor exiliarla a las tierras de Wojtyla. Todas las noches me levanto a beber agua, controlar la glucemia y miccionar. Cuando Chula me oye se pone a cantar y entro en la cocina y le pido que se calle, a las seis de la mañana me vuelve a oír, y de esta ya no para hasta que no la llevo su ración de comida y de cariños.
Un loro como mi Chulilla tiene la inteligencia emocional de un ser humano de tres años, siente, se siente querida y es muy espectacular tener un dinosaurio por casa, que encima te habla y repite las rutinas de todas las alarmas… jajajaja… ¡Viva la Chula!, ¡Viva mi Chula!