EL PECADO ORIGINAL
Ahora andan buscando dónde estuvo el ángel de la espada que ardía y no se consumía, como la zarza que hablaba con Moisés… Historias de otras épocas que vuelven con fuerza, intentando revivir situaciones que sólo se cuentan en los de los niños de dormir.
El maldito Pecado Original que hace que todos los días me levante a las seis de la mañana, a escuchar la radio, los terremotos y bombardeos de la noche, los que se nos han adelantado de la sociedad vieja y caduca, si Marisa sigue con su marido o le ha vuelto a abandonar… llega a aburrir, es una tras otra. Los beatos las viejas, y algunos arrepentidos, se lanzan en busca de las primeras filas, para que el Juicio Final no les pille pintando como a Buonarroti.
Hace unas largas y dolorosas semanas que visité la casa de Francisco en Roma, sigue igual, nada se ha movido, para que todo permanezca inalterable, insondable, eternamente eterno. Pagamos la del gringo, que es las entradas más caras para la fila más larga, eso sí, muy católico todo. Ahora recuerdo que fue el 30 de junio, día después de la festividad de Pedro y Pablo, un pescador, y un guerrero que siguieron al Hijo de Dios en sus andanzas por la tierra de los judíos. La Basílica estaba abarrotada de tanquetas, fieles, señoras con los pechos al aire, y muslos peludos hasta las escrotarretadas… Al pronto, delante de La Piedad, de Jesús y Magdalena, la Gamba, la pícara tía Ganga… me da una hipoglucemia de 40. Miro al techo, y no veo nada, miro a los lados y todo se apaga, me apoyo/recuesto/discretamente/con dolor y honra, y de repente aparece un joven con traje de cura a medida y me espeta: ‘Ahí no se puede sentar’. Lo dijo en italiano, y al entenderle creí que estaba más cerca de allí que de aquí. Le enseñé mi brazo y tatuaje de Diabético, y me dijo que si llamaba al médico. Una hora antes en una fila fuera del Vaticano, un señor había sufrido una lipotimia, y el único que faltaba era el primer ministro de la República. Le dije que no, que sólo necesitaba tomar glucosa, pero era muy persistente la bajada, y el tipo un verdadero coñazo. Me salí al atrio y allí encontré un señor alto, con pinta de cura, con olor a mujer, con cara de pillo, con pelo atusado a lo cura… ¡Era un cura!, ¡Ah!, y maneras y andares de Bilbao. Me negó su condición, como Ángel Gabilondo, o San Pedro que negó a su jefe hasta en tres ocasiones y el gallo, cantó.
Me sentí echado de la Iglesia del carpintero que redimió a esos capullos, que adornan sus manos con oros robados a la inocencia y pobreza de los niños a los que pervierten y convierten. Jesús de Nazaret, aunque sea ateo, nunca me habría echado de su casa porque estuve a punto de entrar en coma. Sólo el glucagón fue capaz de enderezarme. Besos en la frente sangrante de Francisco.
Con mis irrespetuosas bendiciones. Fray TUMNUS.